De casualidad, el año pasado me encontré sentada en un tren de Barcelona a Madrid con un chico que preparaba café en Aeropress en el asiento de al lado. Me llamó la atención, así que le pregunté de dónde era el café, que olía muy bien. Resultó que tenía su propia marca de café colombiano, de la región del Cauca que se llama Vórtice.
Conversamos un poco sobre café, pero la conversación pronto se abrió a otro pasajero peruano, y terminamos hablando de vino, flamenco, comida peruana, filosofía… Nos despedimos entre risas, agradeciendo la participación en el podcast improvisado patrocinado por Renfe. Fue una charla muy amena, llena de intercambios de opiniones y conocimientos culturales.
Un reencuentro inesperado
Hace unos días, alguien me escribió preguntándome por este proyecto (A Coffee & A Story). Su nombre (Sebastían) me sonaba. Le pregunté si era la misma persona del tren. Lo era.
Agendamos una llamada de más de dos horas de la que me llevé muchas cosas: ideas, datos y varias reflexiones.
La primera reflexión es que a veces, podemos en miradas simplistas sin darnos cuenta. Esta charla me recordó que el cambio real no va de imponer, sino de escuchar. De entender los matices. Y de caminar con humildad al lado de quienes ya están haciendo el trabajo, desde el lugar que nos ha tocado habitar. Todavía me queda mucho por aprender y agradezco cuando la vida me pone a alguien que me lo recuerda.
Sobre la cadena de café del Cauca...
Sebastián compartió su visión sobre la situación actual del café en Colombia: cómo la FNC (Federación Nacional de Cafeteros) actúa como un gremio que representa a los caficultores del país. Hablamos sobre los desafíos y las oportunidades que tiene esta organización para seguir acompañando especialmente a los pequeños productores, que constituyen la mayoría de la caficultura colombiana.
En la región del Cauca, muchos caficultores pequeños venden su café a través de acopios locales o cooperativas, que agrupan a productores para facilitar la venta y ofrecer apoyo técnico. Parte de ese café lo compra la FNC, que regula los precios; desde allí, pasa a Almacafé —la empresa logística de la Federación— donde se clasifica y se prepara para la exportación.
Pese a todo, siempre hay esperanza y gente jóven que regresa con otra mirada distinta a la de la generación anterior: con ganas de innovar, explorando herramientas digitales, apostando por la trazabilidad, la diferenciación y nuevas formas de producir y vender café… pero sin perder la raíz. Algunos se forman, compiten en eventos como los campeonatos de Aeropress y, con orgullo, presentan su café diciendo:
“Este es el café de mi mamá”.
La conversación giró en torno a construir una cultura de confianza colectiva, y a entender que las transformaciones reales requieren diálogo, respeto mutuo y ritmos compartidos.
Sobre el valor añadido...
La segunda reflexión que me llevé de la conversación es que los precios más altos del café en Europa y EEUU no solo se deben a la injusticia estructural, sino también al valor añadido que se genera en destino: investigación, competencias, diseño, catas, experiencias sensoriales que elevan la percepción del producto. El reto —y la oportunidad— está en encontrar formas de que ese valor también llegue al origen.
Sobre la tecnologia...
Hablamos también de tecnología. De si las páginas web, los códigos QR y la narrativa digital realmente pueden ayudar a los caficultores. De cuándo sí, cuándo no, y por qué. Me dio ideas valiosas para mi proyecto, y yo le compartí sugerencias para el suyo.
La marca de Sebastián, Vórtice, vende sobre todo en ferias o por WhatsApp lotes pequeños casi irrepetibles y únicos. Y como su nombre, la charla fue un vórtice de información, cultura e historia.
Me siento muy agradecida por este reencuentro, por las preguntas, por las ideas… Y por recordarme que a veces el cambio empieza por mirar de nuevo.