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El café cubano como acto de resistencia

Más que una bebida: el café cubano

La primera vez que tomé café en Cuba, después de haber sido barista en cafeterías de especialidad, su sabor me recordó al torrefacto español: áspero, tostado en exceso, lejos de los perfiles de origen que tanto celebraba en Londres. Pero en cuanto compartí ratos, charlas y risas con los cubanos, entendí que  el café en Cuba no se juzga por las notas de cata o el puntuaje SCA, sino por las manos que lo sirven y las historias que lo acompañan.

Es el hilo invisible que teje conversaciones en los portales de La Habana, el gesto de bienvenida en las casas, el combustible de las ideas en medio de la escasez. Un cafecito —oscuro, dulce y cargado— no es solo una infusión: es un acto de resistencia, un lujo cotidiano que nadie puede arrebatar.

Pero detrás de esa tacita humeante hay una paradoja dolorosa: los cubanos apenas prueban el café que cosechan. ¿Cómo es posible que un país productor no disfrute de su propio grano? La respuesta está en un sistema que prioriza exportar sobre compartir.

cafe cubano como resistencia taza pequeña de cafe en una mesa al lado de un puro y una hoja grande al lado vista desde arriba

Café Cubano: Cosecha Propia, Aroma Ajeno

Cuba produce café de altura en regiones como Sierra Maestra y el Escambray, con un sabor único por su suelo volcánico y clima húmedo. Sin embargo, casi toda la producción es exportada por el Estado o vendida a turistas en divisa extranjera. Mientras, en las bodegas locales, los cubanos reciben una mezcla de café con chícharo (guisante) tostado —un sustituto amargo de la crisis—.

¿Cómo se explica esto?

  • Monopolio estatal: Las fincas cafetaleras están controladas por el gobierno. Los productores entregan su cosecha a acopios estatales a precios mínimos.

  • Turismo primero: El buen café se reserva para hoteles y restaurantes cuyos precios no son asequibles para la gran mayoría de los cubanos.

  • Contrabando creativo: Algunos caficultores esconden parte de su cosecha para venderla en el mercado informal o intercambiarla por otros productos.

La Ironía del Café Cubano

En un país donde el café es símbolo de hospitalidad, quienes lo cultivan rara vez disfrutan de su calidad. Pero aquí reside la magia cubana: incluso con mezclas de chícharo, el ritual persiste. Porque lo importante no es solo el sabor, sino lo que ocurre alrededor:

  • La cafetera italiana que lleva en la casa desde hace generaciones.

  • La cucharita que repica contra la taza al mezclar el azúcar.

  • El compartir de historias, noticias y chismes que se sirven con el café y se beben en confianza.

Un Ritual que el Exilio no Pudo Romper

Este ritual, sin embargo, no conoce fronteras. Lo comprobé al llegar a Miami, donde el cafecito no solo se preservó, sino que se convirtió en bandera de identidad.

En el aeropuerto, ya me ofrecieron un cafecito en vasito de cartón. En la casa donde me hospedé, me recibieron con otro. En la Calle Ocho, en la Ermita de la Caridad del Cobre, en cada visita: siempre tenía una tacita humeante en mano.

Aquí está la paradoja más hermosa: el régimen se quedó con el café, pero no pudo robar el ritual.

Los cubanos, dentro y fuera de la isla, convirtieron ese acto de resistencia, de comunidad y de herencia en un puente entre generaciones. El mismo gesto que en La Habana sirve para aguantar los apagones, en Miami celebra la libertad, la herencia y la comunidad resistente. La misma tacita que allá se comparte con vecinos en un portal, en Miami también.

Café Cubano: Dos Orillas, Una Misma Esencia

Al final, entendí que el cafecito no es solo una bebida. Es:

  • Memoria de los que se quedaron.

  • Raíz de los que se fueron.

  • Resistencia de un pueblo que, incluso sin granos de calidad, sigue luchando por sus sueños.

Por eso, hoy cuando tomo un café de la cafetera italiana, ya no pienso en las notas de cata sino en la libertad, en la comunidad tan bonita que crean los cubanos y en la resistencia de mantenerla viva. Pienso en la abuela que lo prepara con chícharo en La Habana, y en el abuelo que lo sirve con orgullo en Miami.

Porque algunos rituales —como el cafecito cubano— son más fuertes que cualquier sistema, más duraderos que cualquier crisis, y más elocuentes que cualquier discurso político. Son, al fin y al cabo, la esencia de un pueblo que se niega a ser borrado.

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